Taylor Sheridan: el narrador del Oeste que revitalizó la música country.

Por décadas, el western parecía una reliquia, un género condenado a las reposiciones de cable. Pero entonces apareció Taylor Sheridan, un texano de mirada acerada y verbo conciso, dispuesto a demostrar que el espíritu del vaquero seguía vivo. Lo hizo desde la televisión —ese territorio que Hollywood subestimó durante años— y terminó construyendo un imperio narrativo que no solo reavivó la fascinación por la vida rural estadounidense, sino que además empujó a una nueva generación de artistas country a la atención global.

Sheridan, nacido en 1970 en Cranfills Gap, Texas, creció entre ganado, polvo y guitarras. Para él, la música country nunca fue un adorno: era el sonido natural de su infancia, el latido cotidiano de un hogar donde las historias se contaban con canciones. Esas raíces, que jamás abandonó, hoy se han convertido en el sello de sus producciones.

Su camino al éxito no fue inmediato. Antes de convertirse en uno de los creadores más influyentes de la televisión, pasó años interpretando papeles secundarios en series como Sons of Anarchy. Pero su talento para el guion lo cambió todo. Tras el impacto de Sicario y Hell or High Water —dos relatos tensos, secos, impregnados de frontera—, Sheridan encontró su voz definitiva con Yellowstone. La serie protagonizada por Kevin Costner no solo se transformó en un fenómeno televisivo: también redefinió el vínculo entre la pantalla y la música country.

Porque Yellowstone es, en muchos aspectos, una máquina cultural. En cada episodio suenan artistas como Colter Wall, Whiskey Myers, Ryan Bingham, Tyler Childers o Jason Isbell. Ninguno de ellos pertenece al molde del country pop que domina Nashville; son músicos de espíritu independiente, cercanos a la tradición outlaw, al red-dirt texano, al folk polvoriento del interior profundo. Sheridan no los elige al azar: los incorpora como personajes del paisaje, como voces que refuerzan la identidad del mundo que retrata. Y el impacto ha sido notable. Para muchos artistas, aparecer en un capítulo de Yellowstone significa un salto instantáneo en reproducciones, seguidores y visibilidad.

En algunos casos, Sheridan va más lejos. Ryan Bingham —ganador del Oscar por The Weary Kind— no solo aporta canciones: interpreta a Walker, un vaquero-cantante cuya melancolía se volvió una de las almas de la serie. Whiskey Myers, un grupo de rock-country, tuvo una actuación completa en un episodio inicial; tras esa aparición, sus álbumes treparon de inmediato en las listas. Y Lainey Wilson, hoy una de las figuras más influyentes del country moderno, vivió un impulso crucial gracias a su rol como Abby en la ficción.

La música no es un telón de fondo para Sheridan: es una pieza narrativa. En sus precuelas 1883 y 1923, por ejemplo, opta por un tono más cercano al folk pionero y la música de frontera, reforzando la sensación de tiempo y lugar. En su universo expandido, cada nota ayuda a contar una historia mayor: la del Oeste estadounidense como una cultura viva, en constante disputa entre tradición y modernidad.

Sheridan se ha convertido, casi sin proponérselo, en un embajador del country auténtico. Su influencia conecta a músicos independientes con audiencias masivas, abre puertas que antes solo franqueaban las radios regionales y convierte al género en pieza clave de la conversación cultural contemporánea. En un mundo donde el pop domina las plataformas, él ha demostrado que la música que acompaña a los vaqueros —la del trabajo duro, la tierra, la pérdida y la lealtad— todavía tiene mucho que decir.

Quizás por eso sus series no solo entretienen: resuenan. Taylor Sheridan no escribe historias del Oeste; escribe desde el Oeste. Y en cada uno de sus proyectos, la música country deja de ser un género para convertirse en un territorio. Un territorio que, gracias a él, ha vuelto a cabalgar con fuerza propia.